sábado, 21 de diciembre de 2013

El día en que me dejé caer y estabas debajo sin querer.

Y se dejó caer,
como una muralla ante el acoso del enemigo,
como un edificio en ruinas ante cualquier pequeño temblor,
como una débil hoja en pleno vendaval, 
como una pequeña pestaña en unos ojos cansados de llorar.

Pero se levantó, con garras y dientes
dispuesta a comerse el mundo
empezando por él.
Por la piedra en la que había caído, 
a la había cogido tanto cariño.
La que había conseguido sacar tanto de ella
que ni ella misma se reconocía mirando al pasado.

Y deseó
robar el verso escondido en el rincón de su clavícula,
un rayo de sol perdido en su mirada,
un invierno con domingos de manta y calma.
Un infinito acabado entre sus piernas,
un abismo sin negrura ni caída,
un susurro alumbrando la noche,
un empaño de sus dedos perdidos en su espalda.
Una estrella fugaz que fuese realmente su suerte,
una sonrisa realmente destinada a su mirada.

Y pedí,
 un te echo de menos con posibilidad de cambio. 
Noches en las que tus manos rocen las cuerdas de mi espalda
(aunque sean en la distancia)
 tus susurros como causantes de mis escalofríos
y no el no poder evitar tu ausencia.
Lamernos las heridas, aunque ya sean cicatrices desatandonos el alma.
Acunarte a ti, no al insomnio que me aturde entre los brazos.
Uno de tus abrazos como abrigo en este día tan gris.

Una vida contigo aunque fuera sin ti,
un destino unido por una caída
                                                                                                        

 con final en ti.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Mi pequeño tesoro, mi pequeña heroína



Tiene los ojos verdes 
Verdes como dos tallos floreciendo iluminados
En medio de tanta negrura.
Verdes, color esperanza,
Como la que vi reflejada en ellos
Mientras me miraba y huíamos juntas,
Lejos.
O como dos pequeñas esmeraldas
Tintineando en la oscuridad.

Sus dos grandes ojos
Acunados por un puñado de pecas
Y una marca de luchar en la liga de las más guapas
Sabiendo perfectamente que puede ganar.

Hablar de ella sin su sonrisa
O sin el reflejo de sus ojos al reír
O del brillo de su pelo revoltoso
O del cantar de su risa 
O los mil y un modos que tiene de soñar
Sería como simplemente rozar su pequeña capa de heroína,
Heroína que te salva el corazón.

Sólo diré que el tiempo se paraba
Y se giraba, cuando ella sonreía
Y que el mundo piropos le susurraba
Para aumentar y ver brillar su alegría.

Que el viento acariciaba sus piernas infinitas
En un vano intento de levantarle la falda
Y que el sol, celoso, alumbraba aún más fuerte
Solo para sentir el roce de su piel.

Y era hermoso verla desnudarse con palabras
Abriéndose entera y desprotegida
Entregándote un regalo valioso
Para después poder protegerse entre tus brazos.

Aunque protección la que emanaba ella,
Con ese andar decidido y seguro
Y mano alrededor de la mía
Como sujetando un pequeño globo que puede escaparse.

Y qué decir del  aguante que tiene
Soportando mis mil no sé qué, que ni yo sé
O capaz de adivinar el pensamiento triste del día
Mientras no deja de abrazarte susurrando
“Todo irá bien”
Porque irá así estando ella ahí.

Y como no mencionar el arte de sus letras
Con ese arte suyo de contar historias,
De hacer aún más mágicos los secretos
Y todos los sueños complicados posibles.
(Porque a su lado, todo es posible)

Aunque si me pongo a pensar
Podría no acabar de decir
Todas esas cosas que la hacen especial
Y por las que la quiero a morir

Que por ello siento miedo cuando se aleja
Porque no sé si los monstruos vendrán
Porque es el pequeño tesoro
Que nunca quieres dejar de mirar.

Porque es la sonrisa que guardo,
El comodín de los días tristes
(Porque en los felices siempre está)
Y que es difícil decirle todas las palabras que me brotan del pecho
Y que siempre será más fácil mirarla
Enviando una señal
A esos grandes ojos verdes
Que son el reflejo de mi felicidad.


Love ya Harley :)

miércoles, 7 de agosto de 2013

Quién lo diría.

Estás aquí y
susurras algo en mi oído,
despacio, casi sin aliento,
 moviendo lentamente los labios
marcando cada letra para hacerme cosquillas. 

El imperceptible temblor de tu sonrisa
amenaza con romper el tiempo,
ese que me empeño tanto en parar
mientras grabo cada pausa, cada silencio.

Siento tu abrazo acoplado a mi pecho
el llenarse de tus pulmones
jugando con el latir de mi cuerpo.

Tu dedo,
empañado en registrar cada uno de mis defectos
mientras mis piernas firmes
rodean empequeñeciendo la distancia
entre esa cintura y yo.

Tu olor,
impregnando cada uno de mis poros
embriagando los sueños venideros
entregándome a la perdición de tu ausencia.

Mis palabras,
mis emociones, mis sentimientos
expulsadas sin orden, desde dentro
aprovechando antes de que me hagas enmudecer.

Después, cuando no estás,
no dejar que las heridas cicatricen,
en mi boca,
por eso de morderlas y sentir
que eres tú quien lo hace.

Deseosa de tus idas y venidas,
haciéndome cosquillas en los pies
cuando no me doy cuenta.
Mientras intento apartar las mariposas
que adueñadas de mis entrañas
no dejan de revolotear por ahí.
Cuando quieren.

Y es que, quién lo diría,
                                                            estoy enamorada.


domingo, 26 de mayo de 2013

Recuerdo luego, te pienso.

Aún recuerdo cuando mis pensamientos
Surcaban laberintos de ideas, sentimientos, emociones,
Y se formulaban como preguntas abiertas
Todas ellas para anónimos desconocidos;
Cuando lo único que intentaba era
Encontrar un modo de describir sentimientos que no había sentido nunca
O descifrar el sabor de las nubes
O el sonido de la risa de los duendes.

Recuerdo como apareciste
Reduciendo el laberinto a unos pequeños arbustos
Remarcando la salida con naranja fosforito;
En cómo te adueñaste de mis palabras
Y de cómo las tuyas me acariciaban el pelo
Y de cómo tus susurros se enredaban
Y jugaban entre mis pestañas...

De preguntarme a qué sabría tu boca
O cómo sería pedir tregua a la vida
Para vivir de ocupa en la comisura de tu sonrisa.

Recuerdo, luego te pienso;
Y son mis dedos los que aún, imaginan el roce de tu cuerpo.

sábado, 6 de abril de 2013

Lamentos de un violín quebrado.

Qué decirte que no sepas,
Si ya sabes desde hace tiempo que no toco.
Que tengo las emociones anudadas en mi garganta
Y vuelan como alteraciones escapando de mis vértices.
Soy un violín desafinado,
A un golpe de que se me parta el alma
Con las cuerdas tensadas al punto de rotura.
Que estoy como la sensible en esta escala que ya no tocaremos,
Perdida sin tus dedos rasgando las cuerdas de mi espalda.
Que es tu boca la que sabe como se toca,
Y tus susurros los encargados de guiar esa sinfonía de dos
Que sola me es tan complicado
Y claro... Es para dos.
Y es que soy un violín desafinado,
A un golpe de que se me parta el alma.
Sin partituras ni arco para enfrentarme
Al mundo que llegamos.
Que ya no recuerdo la última vez que resonó,
En esta misma habitación, la última nota
Ahora es el eco de pasos rotos los que la llenan.
Que mi madera se acostumbró al tacto de tus dedos,
A sacar los mejor de mi con solo una sonrisa
Y... Es que soy un violín desafinado
Y ese último golpe fué, el que me partió el alma.

viernes, 25 de enero de 2013

Secretos del cielo.

Cae la noche y la niebla comienza a internarse en las calles vacías llenando todo con su aliento frío para tapar a la luna que aún no está vestida.
Su perfecta blancura ilumina a cualquiera que se quede absorto observando sus pecas, llenando la silenciosa noche de suspiros por ella. Incluso ese musgo escondido entre los ladrillos de los altos edificios que sueñan con rozar su pelo, se revuelven gozosos solo con verla.
Las estrellas fieles a ella acompañan a la señorita en su danza nocturna por el infinito negro, jugando divertidas a esconderse entre las nubes espías de los jóvenes amantes que se encuentran cuando creen que nadie mira...
Pero esta noche la luna está nerviosa, apenas se da cuenta de los juegos de sus amigas, de los amantes ensimismados con su luz o de los suspiros que se escapan. Esta noche, la luna está radiante, su sonrisa blanca y pura deja empequeñecida hasta a la más pura perla.
No es para menos, hoy es el día. Día ansiado para ella, día acordado de hace tiempo, día en que volverá a verle de cerca, a sentirle, a olerle, a tocarle.
Con pasos temblorosos se acerca al alba, mientras sus compañeras le dan los últimos apoyos que ella ya no escucha pues, le ha visto y por un instante el tiempo se ha parado ante su presencia.
La luna se hace pequeña mientras el la mira con ternura desde lejos. Su rojizo pelo al viento ilumina con firmeza, el calor de su sonrisa calienta hasta el rincón más frío y el olor de su cuerpo embriaga desde cualquier distancia envolviendolo todo por completo.
El sol sonríe, la luna tiembla sonrosada mientras sus pasos siguen camino de encontrarse mientras ambos son conscientes del poco tiempo que tienen.
Se para el tiempo en el momento que él llega a su altura. Le acomoda el pelo, le acaricia susurrando palabras que nunca sabremos lo que para ambos significan. Besos, caricias, abrazos y risas, dejando a un lado el mundo, apartando su luz para no ser molestados. Pasan horas, días, quizás años, que a nosotros se nos hacen minutos mientras simplemente observamos, deseando tener ese poder sobre el tiempo como aquellos dos enamorados.

Se separan, felices por el encuetro y con la esperanza de volver a verse pronto. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Eso sí, todo el mundo sabe que los eclipses nunca fueron cosa del destino.

domingo, 20 de enero de 2013

Perderse a uno mismo, es el mejor modo de encontrarse.


Corría a través del bosque como si le fuese la vida en ello. Nuestra pequeña protagonista llevaba el pelo recogido en lo que horas antes había sido un perfecto moño, ahora adornado por pequeñas hojas y ramitas que se habían ido enganchando. Su ropa estaba algo desgarrada por los diversos arañazos que había sufrido entre la maleza, al igual que su blanca piel. Las lágrimas cubrían su rostro mientras seguía corriendo. Era su único objetivo: correr. Más allá de toda civilización, más allá de todo sufrimiento. Unos pasos por detrás de ella, le seguía él. Sin apenas rasguños en su impecable ropa. Su rostro impasible, sin un ápice de preocupación ni remordimiento. Lo único que hacía era gritar su nombre con un tono algo desesperado. Ella le oía y sentía su aliento cercano. Se veía como una pequeña presa al acecho de su cazador. Como un pequeño cervatillo a punto de ser atrapado por las fauces de un lobo. Solo que la espera, se hacía cada vez más larga.

No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, sus pies ya iban por si solos en ninguna dirección concreta, solo lejos de la voz que la llamaba. Cuando la traición y el deseo se juntan pueden ser dos armas peligrosas y más para alguien novato que jamás las ha sentido. Eso es lo que le había ocurrido a nuestra joven Anna. Así era como se llamaba, y ese era el nombre que inundaba el bosque en aquellos momentos. ¿Por qué huía? Huía de aquellos sentimientos que a buen recaudo tuvo encerrados durante un tiempo, y que sin ella darse cuenta habían abierto el cofre y habían salido volando como pequeñas mariposas que revolotean en primavera, todavía acompañadas de las risas y de los momentos agradables junto a él hicieron que siguieran floreciendo como flores en el jardín. Aunque siempre se sabe que las estaciones pasan y que el frio otoño arrasa con cualquier pequeña flor. Y este otoño había llegado mucho antes, casi incluso, de que aquello hubiera comenzado a florecer ya había arrasado con todo a su paso.  No es que la hubiese pillado de improviso, sino que había intentado cegar aquella idea y hacer como si solo fueran miedos infundados. Lo que más le hacía pensar aquello era cómo la trataba él, como si fuese la única en su vida, en su mundo, en su espacio. Pero simplemente la tenía en un mundo de felicidad y engaño. Pero, ¿hasta qué punto la había llegado a engañar? ¿Todas las palabras que salieron valientes de su boca no significaron algo? ¿Dónde estaba la línea entre la verdad y la mentira? De repente se paró en seco, sintiendo sus piernas tremendamente cansadas. Las lágrimas ya no surcaban sus mejillas sonrojadas por la carrera.

Decidió dejar que todos sus pensamientos la encontraran, pero en un sitio escondido para que él no la viera. Comenzó a recordar cómo los vio juntos, paseando por el jardín, como todas las tardes. Habían sido siempre buenos amigos y eso no la hizo terminar de sospechar nada. Iban agarrados del brazo, y las nubes comenzaban a agolparse en el viento. Caminaban riendo y relajados, cuando comenzó a llover. Anna los vio correr y meterse bajo el techo del cobertizo. Decidió ir a llevarles un paraguas, para que no enfermase ninguno de los dos, como ambos le habían dicho que saldrían a caminar no le resultó raro ese detalle. Se recogió el pelo en un perfecto moño y tras abrigarse un poco bajó las escaleras, marcando sus pasos hacia el cobertizo. La lluvia golpeaba contra el paraguas haciendo un ritmo desacompasado, mezclado con las risas que se oían de los niños jugueteando en el jardín, mientras veloces entraban nuevamente a la casa regañados por sus mayores. De repente, unas palabras congelaron sus pasos haciendo que sus pies comenzaran a mojarse. Las risas habían cesado y el ambiente se sentía distinto. En ese momento sintió una presión en el pecho, como esa sensación de estar demasiado tiempo bajo el agua sin respirar, mientras oía las palabras que ella nunca había oído de sus labios. “Te quiero, mi pequeña”. Sintió como si de repente estuviera ante una broma del destino. ¿Le estaría engañando su oído? No, lo había escuchado perfectamente. Sabría reconocer su voz a kilómetros de ella. Pero en ese momento decidió no haberla reconocido, no haberla escuchado, no haber bajado nunca a su encuentro. No sabía cuánto tiempo estuvo allí parada, pero el suficiente para que dejase de llover. Era un de esas lluvias veraniegas que duran apenas minutos. Les vio salir del cobertizo, sintió sus miradas sobre ella, totalmente distintas. La de ella con una sonrisa de autosuficiencia, la de él de desconcierto. No esperaba encontrarla allí, fue a llamarla pero Anna ya estaba corriendo, en el tiempo que tarda un paraguas en caer al suelo. Esos momentos de desconcierto que se vieron en sus ojos, sirvieron para darle una gran ventaja a la hora de huir de él y de sus sentimientos.
  
Su respiración había vuelto a ser normal, ya que se estaba recuperando de la carrera que acababa de hacer. Aún el pulso estaba acelerado, recordar todo aquello que había pasado hacía unas horas, era como retorcer el puñal en la herida recién abierta. Tenía miedo a enfrentarse a él, a volver a caer en sus manos y volver a ser el títere que había sido durante todo este tiempo, representando la función que no le tocaba a ella. Ya habían hablado una vez sobre el tema, y lo único que había conseguido era mostrar una vez más su poco conocimiento en el tema, y la inseguridad que podía llegar a mostrar sabiendo que solo eran amigos, y que nunca había pasado entre ellos nada. Pero después de ver lo que acababa de pasar, todas sus dudas habían sido confirmadas y ya no tenían valor alguno los reproches que él le había hecho. ¿Pero cómo enfrentarse a aquello de lo que habías estado seguro durante todo el último tiempo? ¿Cómo pensar correctamente si los sentimientos te aturden y embotan el cerebro? Era realmente difícil, añadiendo que no dejaba de escuchar su voz retumbar por todo el bosque. Quizás en ese momento ella no se diera cuenta, pero en un futuro lo agradecería. El no escuchar ni un ápice de remordimiento en su voz, ni una disculpa a la silenciosa respuesta que salía de entre los árboles. Quizás si hubiera añadido alguna de esas cosas, Anna hubiera salido de entre la maleza. Le hubiera mirado a los ojos, le hubiera perdonado y  habría vuelto a caer en el embrujo de sus mentiras, volviendo a colocarse los hilos para seguir representado la historia de su vida. Pero no, algo dentro de ella cambió en ese momento. Quizás no se percibiera a simple vista y había que mirar un poco más cerca. Algo en su mirada se hizo más frío cuando le vio pasar frente a ella sin verla. Se enderezó silenciosa en el bosque mientras lo veía alejarse. Solo cuando dejó de verlo y oírlo siguió con su carrera.

En su pecho revotaba el viejo medallón que él la había regalado una vez, llevaba unos hermosos pendientes de esmeraldas que brillaban con las pequeñas gotitas que caían junto a la suave brisa mientras se veía como el cielo comenzaba a oscurecerse. Siguió corriendo hasta que volvió otra vez a desfallecer y se hizo un hueco en un pequeño rincón entre las malezas. Se había perdido, pero muchas veces perderse es el único camino para encontrarse a uno mismo, y ella lo sabía. Decidió empezar de nuevo, lejos de cuanto había conocido hasta entonces. Lejos de los sentimientos que tanto daño la habían hecho y a la vez, enseñado a saber juzgar de nuevo a las personas. Comenzaba una nueva vida lejos de la Anna que fue a lo largo de su vida. Dejó de ser la joven malcriada que era y pasó a ser la pequeña superviviente. Había decidido en un segundo dejar su parte más racional para dejarse llevar por sus instintos. Sería aquella persona que nunca se esperó que fuera. Sus pensamientos revolotearon en toda la vida que se le ponía por delante, en todas las opciones que tendría. Se durmió sonriente, dándose cuenta de que era la única en elegir su verdadero camino.