viernes, 25 de enero de 2013

Secretos del cielo.

Cae la noche y la niebla comienza a internarse en las calles vacías llenando todo con su aliento frío para tapar a la luna que aún no está vestida.
Su perfecta blancura ilumina a cualquiera que se quede absorto observando sus pecas, llenando la silenciosa noche de suspiros por ella. Incluso ese musgo escondido entre los ladrillos de los altos edificios que sueñan con rozar su pelo, se revuelven gozosos solo con verla.
Las estrellas fieles a ella acompañan a la señorita en su danza nocturna por el infinito negro, jugando divertidas a esconderse entre las nubes espías de los jóvenes amantes que se encuentran cuando creen que nadie mira...
Pero esta noche la luna está nerviosa, apenas se da cuenta de los juegos de sus amigas, de los amantes ensimismados con su luz o de los suspiros que se escapan. Esta noche, la luna está radiante, su sonrisa blanca y pura deja empequeñecida hasta a la más pura perla.
No es para menos, hoy es el día. Día ansiado para ella, día acordado de hace tiempo, día en que volverá a verle de cerca, a sentirle, a olerle, a tocarle.
Con pasos temblorosos se acerca al alba, mientras sus compañeras le dan los últimos apoyos que ella ya no escucha pues, le ha visto y por un instante el tiempo se ha parado ante su presencia.
La luna se hace pequeña mientras el la mira con ternura desde lejos. Su rojizo pelo al viento ilumina con firmeza, el calor de su sonrisa calienta hasta el rincón más frío y el olor de su cuerpo embriaga desde cualquier distancia envolviendolo todo por completo.
El sol sonríe, la luna tiembla sonrosada mientras sus pasos siguen camino de encontrarse mientras ambos son conscientes del poco tiempo que tienen.
Se para el tiempo en el momento que él llega a su altura. Le acomoda el pelo, le acaricia susurrando palabras que nunca sabremos lo que para ambos significan. Besos, caricias, abrazos y risas, dejando a un lado el mundo, apartando su luz para no ser molestados. Pasan horas, días, quizás años, que a nosotros se nos hacen minutos mientras simplemente observamos, deseando tener ese poder sobre el tiempo como aquellos dos enamorados.

Se separan, felices por el encuetro y con la esperanza de volver a verse pronto. ¿Cuándo? Nadie lo sabe. Eso sí, todo el mundo sabe que los eclipses nunca fueron cosa del destino.

domingo, 20 de enero de 2013

Perderse a uno mismo, es el mejor modo de encontrarse.


Corría a través del bosque como si le fuese la vida en ello. Nuestra pequeña protagonista llevaba el pelo recogido en lo que horas antes había sido un perfecto moño, ahora adornado por pequeñas hojas y ramitas que se habían ido enganchando. Su ropa estaba algo desgarrada por los diversos arañazos que había sufrido entre la maleza, al igual que su blanca piel. Las lágrimas cubrían su rostro mientras seguía corriendo. Era su único objetivo: correr. Más allá de toda civilización, más allá de todo sufrimiento. Unos pasos por detrás de ella, le seguía él. Sin apenas rasguños en su impecable ropa. Su rostro impasible, sin un ápice de preocupación ni remordimiento. Lo único que hacía era gritar su nombre con un tono algo desesperado. Ella le oía y sentía su aliento cercano. Se veía como una pequeña presa al acecho de su cazador. Como un pequeño cervatillo a punto de ser atrapado por las fauces de un lobo. Solo que la espera, se hacía cada vez más larga.

No sabía cuánto tiempo llevaba corriendo, sus pies ya iban por si solos en ninguna dirección concreta, solo lejos de la voz que la llamaba. Cuando la traición y el deseo se juntan pueden ser dos armas peligrosas y más para alguien novato que jamás las ha sentido. Eso es lo que le había ocurrido a nuestra joven Anna. Así era como se llamaba, y ese era el nombre que inundaba el bosque en aquellos momentos. ¿Por qué huía? Huía de aquellos sentimientos que a buen recaudo tuvo encerrados durante un tiempo, y que sin ella darse cuenta habían abierto el cofre y habían salido volando como pequeñas mariposas que revolotean en primavera, todavía acompañadas de las risas y de los momentos agradables junto a él hicieron que siguieran floreciendo como flores en el jardín. Aunque siempre se sabe que las estaciones pasan y que el frio otoño arrasa con cualquier pequeña flor. Y este otoño había llegado mucho antes, casi incluso, de que aquello hubiera comenzado a florecer ya había arrasado con todo a su paso.  No es que la hubiese pillado de improviso, sino que había intentado cegar aquella idea y hacer como si solo fueran miedos infundados. Lo que más le hacía pensar aquello era cómo la trataba él, como si fuese la única en su vida, en su mundo, en su espacio. Pero simplemente la tenía en un mundo de felicidad y engaño. Pero, ¿hasta qué punto la había llegado a engañar? ¿Todas las palabras que salieron valientes de su boca no significaron algo? ¿Dónde estaba la línea entre la verdad y la mentira? De repente se paró en seco, sintiendo sus piernas tremendamente cansadas. Las lágrimas ya no surcaban sus mejillas sonrojadas por la carrera.

Decidió dejar que todos sus pensamientos la encontraran, pero en un sitio escondido para que él no la viera. Comenzó a recordar cómo los vio juntos, paseando por el jardín, como todas las tardes. Habían sido siempre buenos amigos y eso no la hizo terminar de sospechar nada. Iban agarrados del brazo, y las nubes comenzaban a agolparse en el viento. Caminaban riendo y relajados, cuando comenzó a llover. Anna los vio correr y meterse bajo el techo del cobertizo. Decidió ir a llevarles un paraguas, para que no enfermase ninguno de los dos, como ambos le habían dicho que saldrían a caminar no le resultó raro ese detalle. Se recogió el pelo en un perfecto moño y tras abrigarse un poco bajó las escaleras, marcando sus pasos hacia el cobertizo. La lluvia golpeaba contra el paraguas haciendo un ritmo desacompasado, mezclado con las risas que se oían de los niños jugueteando en el jardín, mientras veloces entraban nuevamente a la casa regañados por sus mayores. De repente, unas palabras congelaron sus pasos haciendo que sus pies comenzaran a mojarse. Las risas habían cesado y el ambiente se sentía distinto. En ese momento sintió una presión en el pecho, como esa sensación de estar demasiado tiempo bajo el agua sin respirar, mientras oía las palabras que ella nunca había oído de sus labios. “Te quiero, mi pequeña”. Sintió como si de repente estuviera ante una broma del destino. ¿Le estaría engañando su oído? No, lo había escuchado perfectamente. Sabría reconocer su voz a kilómetros de ella. Pero en ese momento decidió no haberla reconocido, no haberla escuchado, no haber bajado nunca a su encuentro. No sabía cuánto tiempo estuvo allí parada, pero el suficiente para que dejase de llover. Era un de esas lluvias veraniegas que duran apenas minutos. Les vio salir del cobertizo, sintió sus miradas sobre ella, totalmente distintas. La de ella con una sonrisa de autosuficiencia, la de él de desconcierto. No esperaba encontrarla allí, fue a llamarla pero Anna ya estaba corriendo, en el tiempo que tarda un paraguas en caer al suelo. Esos momentos de desconcierto que se vieron en sus ojos, sirvieron para darle una gran ventaja a la hora de huir de él y de sus sentimientos.
  
Su respiración había vuelto a ser normal, ya que se estaba recuperando de la carrera que acababa de hacer. Aún el pulso estaba acelerado, recordar todo aquello que había pasado hacía unas horas, era como retorcer el puñal en la herida recién abierta. Tenía miedo a enfrentarse a él, a volver a caer en sus manos y volver a ser el títere que había sido durante todo este tiempo, representando la función que no le tocaba a ella. Ya habían hablado una vez sobre el tema, y lo único que había conseguido era mostrar una vez más su poco conocimiento en el tema, y la inseguridad que podía llegar a mostrar sabiendo que solo eran amigos, y que nunca había pasado entre ellos nada. Pero después de ver lo que acababa de pasar, todas sus dudas habían sido confirmadas y ya no tenían valor alguno los reproches que él le había hecho. ¿Pero cómo enfrentarse a aquello de lo que habías estado seguro durante todo el último tiempo? ¿Cómo pensar correctamente si los sentimientos te aturden y embotan el cerebro? Era realmente difícil, añadiendo que no dejaba de escuchar su voz retumbar por todo el bosque. Quizás en ese momento ella no se diera cuenta, pero en un futuro lo agradecería. El no escuchar ni un ápice de remordimiento en su voz, ni una disculpa a la silenciosa respuesta que salía de entre los árboles. Quizás si hubiera añadido alguna de esas cosas, Anna hubiera salido de entre la maleza. Le hubiera mirado a los ojos, le hubiera perdonado y  habría vuelto a caer en el embrujo de sus mentiras, volviendo a colocarse los hilos para seguir representado la historia de su vida. Pero no, algo dentro de ella cambió en ese momento. Quizás no se percibiera a simple vista y había que mirar un poco más cerca. Algo en su mirada se hizo más frío cuando le vio pasar frente a ella sin verla. Se enderezó silenciosa en el bosque mientras lo veía alejarse. Solo cuando dejó de verlo y oírlo siguió con su carrera.

En su pecho revotaba el viejo medallón que él la había regalado una vez, llevaba unos hermosos pendientes de esmeraldas que brillaban con las pequeñas gotitas que caían junto a la suave brisa mientras se veía como el cielo comenzaba a oscurecerse. Siguió corriendo hasta que volvió otra vez a desfallecer y se hizo un hueco en un pequeño rincón entre las malezas. Se había perdido, pero muchas veces perderse es el único camino para encontrarse a uno mismo, y ella lo sabía. Decidió empezar de nuevo, lejos de cuanto había conocido hasta entonces. Lejos de los sentimientos que tanto daño la habían hecho y a la vez, enseñado a saber juzgar de nuevo a las personas. Comenzaba una nueva vida lejos de la Anna que fue a lo largo de su vida. Dejó de ser la joven malcriada que era y pasó a ser la pequeña superviviente. Había decidido en un segundo dejar su parte más racional para dejarse llevar por sus instintos. Sería aquella persona que nunca se esperó que fuera. Sus pensamientos revolotearon en toda la vida que se le ponía por delante, en todas las opciones que tendría. Se durmió sonriente, dándose cuenta de que era la única en elegir su verdadero camino.