domingo, 16 de febrero de 2014

Resacas emocionales en bocas ajenas.

Hoy te he visto, sin estar aquí, en el reflejo del borde de mi falda.
Sonreías, 
como sonríe el sol cuando consigue que las nubes se aparten
o las olas al sentir las cosquillas de los peces;
sonreías, mientras me observabas con tus ojos fijos, 
y el fantasma de tus dedos ponía mi bello de punta, otra vez.

Me di cuenta, 
mientras miraba a través de mi vaso vacío
saboreando la cerveza que bajaba por mi garganta, 
ese sabor al que tanto me estaba acostumbrando como terapia a dejarte.
Que beber, bebo, sólo porque el sabor de la cerveza me recuerda al de tus labios,
el embotamiento a la nube en la que me hacías viajar. 

Que me es más fácil encontrar ese reconfortante placer
de volver al cobijo de lo conocido, en la espuma que se queda sobre mis labios,
más fácil que encontrarlo en los labios ajenos de cualquier desconocido
que me haga volar un poquito en la noche, siendo un reflejo lejano y difuso de lo conocido.

Que al fin y al cabo, desde que tus besos no están para curar mis heridas
el alcohol me sabe mejor, menos amargo.
Y que me ayuda a imaginar que son tus brazos, y no las sábanas,
los que me protegen del frío de la oscuridad.

Que son tus dedos los que me recorren y no mis manos dormidas intentando imitarte,
y tus besos las caricias que mi mente imagina en cada instante.
O mis pensamientos inundando cada uno de los rincones de mi cuerpo,
sintiéndote cerca, pegado, a mi lado.
Que te echo de menos, y que me muero de ganas de volver a abrazarte.



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